Cuando el aula me encontró a mí

 Nunca pensé que acabaría dando clase en un instituto. Si me hubieran preguntado hace unos años, habría dicho que, si algún día me dedicaba a la docencia, sería en la universidad, en un aula llena de estudiantes que habían elegido estar allí. La educación secundaria me parecía algo lejano, incluso ajeno. Supongo que las experiencias que tuve como alumno durante la ESO tampoco ayudaron demasiado a imaginarme en ese papel.

En aquella época decidí estudiar Veterinaria, empujado por mi pasión por la naturaleza. Podría haber elegido Biología, pero no le veía tantas salidas profesionales. Enseguida empecé a colaborar en el Departamento de Zoología, donde descubrí un mundo apasionante: el de las abejas. De ahí surgió mi especialización, primero en el máster, luego en la tesis doctoral, y también mi gusto por enseñar —al menos a nivel universitario—, con estudiantes interesados y motivados.

Tras unos años dedicándome al diagnóstico de enfermedades animales en el campo, en un entorno tan fascinante como duro, tanto física como mentalmente, la vida me llevó a una pequeña localidad de Almería. Fue un punto de inflexión. Por circunstancias personales, me vi obligado a replantearme el rumbo. Y fue entonces cuando, casi sin esperarlo, volvió aquella idea que había aparcado años atrás: formarme como docente.

Animado por mi madre y mi hermano —ambos profesores de secundaria— decidí matricularme en el Máster de Formación del Profesorado en la UCAM. Y lo que empezó como una opción más, casi como un plan B, se convirtió en un descubrimiento personal: enseñar me gustaba, me retaba, me hacía pensar, y me conectaba con algo muy básico pero esencial: transmitir lo que sé y aprender en el proceso.

Durante este camino he comprendido que, de algún modo, el aula me encontró a mí. No fue una decisión planificada ni un giro premeditado, pero sí uno profundamente necesario. A veces la vocación no se elige: te elige a ti, solo que tardas un poco en darte cuenta.



Comentarios

Entradas populares