Un veterinario entre adolescentes
Uno de mis mayores miedos antes de comenzar el máster era no saber manejarme con adolescentes. Venía de un entorno completamente distinto: años entre colmenas, investigaciones científicas, trabajos en campo con rumiantes… y si enseñaba, lo hacía a estudiantes universitarios o a colegas del ámbito científico. ¿Cómo iba a conectar con chavales de 13 o 15 años? ¿Cómo iba a enfrentar una clase de 3º de la ESO un viernes a sexta hora?
Mi experiencia en el IES San Juan Bosco me demostró que a veces la vida te lanza al ruedo cuando menos te lo esperas. Durante la última semana del prácticum, mi tutora debía ausentarse por motivos personales. Me tocaba encargarme de una clase especialmente difícil: 26 alumnos, muchos con problemas de convivencia, insultos frecuentes, diferencias culturales marcadas y, por si fuera poco, a última hora.
Tenía que corregir un ejercicio de repaso sobre el sistema circulatorio e introducir el aparato excretor. No era una clase nueva ni un tema complejo, pero sí un grupo que requería mucha atención y equilibrio. Lo que me encontré fue justo lo contrario a lo que temía: implicación, respeto y, sobre todo, ganas de participar.
Creo que funcionó porque tomé algunas decisiones clave. Observando durante las semanas anteriores, me había dado cuenta de que muchos alumnos se escondían tras la pasividad. Si no se les exigía, no participaban. Decidí cambiar eso: corregimos el ejercicio en orden, uno por uno, de forma predecible y con ayuda adaptada según el nivel de cada alumno. Nadie podía desconectar, y todos sabían que su turno llegaría. Funcionó. Participaron. Se respetaron. Y, por primera vez en ese grupo, sentí que estábamos todos en la misma clase.
Aquella hora me dejó una huella profunda. No solo por el contenido que impartimos, sino porque me demostró algo que necesitaba confirmar: que podía hacerlo. Que podía estar al frente de un grupo de secundaria y salir reforzado. Que la docencia, incluso en contextos difíciles, no solo es posible… también puede ser gratificante.
Ser un "veterinario entre adolescentes" suena como una mezcla improbable. Pero en esa mezcla he encontrado un espacio nuevo para crecer y aportar. Y eso, sin duda, ha sido uno de los grandes regalos del máster.
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